martes, 1 de junio de 2010

¿Quien nos roba la felicidad?

Una persona camina por una calle. Ese día se siente bien, contenta: No le molestó despertar temprano, su taza de café le quedó de maravilla, logró tomar el transporte sin contratiempos, en el trabajo o en los estudios todo se dio bien… hasta que encuentra en sentido contrario precisamente a “esa” persona. Hasta allí le llegó la felicidad. ¿Qué ha pasado?

La felicidad es un estado de la persona. No se puede decir que se obtiene cuando el individuo tiene lo que desea. Viene sola. A pesar de las carencias, cualquier sujeto en este mundo puede tener un instante de felicidad, de paz o dicha. ¿Cómo se pierde? Si la persona entiende que la felicidad es un estado interior, debe averiguar cómo alcanzarlo. Si sabe cómo alcanzarlo, debe luego comprender que no importa lo que suceda afuera, en la cotidianidad o los eventos. La felicidad no debe alterarse con esas cosas.

¿Nos roban las felicidad? No. Sólo permitimos que las cosas del mundo nos invadan y perdamos ese estado.

No debemos permitir que el mundo nos quiten ese estado interior.

El problema del Yo

Dentro de ciertas filosofías, especialmente las orientales, se entiende que la base del dolor humano es el deseo. El “Deseo” es una fuerza en la persona que lo desvía de vivir realmente y en plenitud. Una persona puede desear cualquier cosa, pero justamente desea lo que no tiene. No hay que desear, hay que disfrutar.
Corrientes esotéricas más recientes afirman que el dolor humano tiene su asiento en el “YO”, el “Mí Mismo”. El Ego (del latín “YO”) es entendido como un conjunto de fuerzas dentro del inconsciente de la persona que lo incitan a satisfacer sus necesidades, entiéndase necesidades de los propios “yoes”, no de la persona. El Yo tengo, yo soy, yo hago, yo se… no son más que diferentes elementos en la persona que le hace vivir una realidad alternativa, casi personal.
Ahora, el problema del YO es el Tú. Cuando una persona no hace lo que el otro quiere empieza el problema (si siquiera le pide, porque hay ocasiones en que una persona pretende que el otro haga lo que considera que debe hacer, sin decirle nada, ni darle una pista). Es común, por ejemplo, una pareja. El hombre ve la televisión, la mujer está a su lado y no quiere ver ese programa sino quiere un instante con la pareja. El hombre interpreta mal las señas y le dice “¿es que quieres ver otro programa?” La mujer se ofende, se molesta, se cruza de brazos y le dice: “Sigue viendo  eso, no importa”. El hombre se enoja y reclama: “¡Es que ni siquiera se puede ver nada en esta casa!”. Conclusión: Los demás no hacen lo que yo quiero que hagan, pero ni siquiera le dice lo que quiere.
Para lograr una relación efectiva, debe haber comunicación. Si hay amor, tolerancia y disposición al cambio, las relaciones nos ayudan a crecer internamente.
El problema del Yo es el Tú. Cuando no hacen lo que que queremos, nos molestamos. ¡Es absurdo!
Puede ocurrir el caso en que una persona quiera tener el protagonismo de algo. Si alguien no está de acuerdo con lo que el otro quiere hacer, la primera persona se ofende porque hay alguien que se opone a su plan perfecto, sea cual sea. Hay que recordar que en el mundo de cada quien, las cosas que hace son las mejores. Los demás pasan a segundo plano. Esa es la triste realidad.
Hay que eliminar esos defectos psicológicos inconscientes. No importa cómo se le llamen en oriente u occidente. Si hay algo en mi naturaleza que me impide alcanzar la dicha de la paz y el crecimiento, debe ser eliminado. No podemos ni justificarlo, ni ignorarlo y mucho menos entenderlo. El problema del Yo debe ser cómo eliminarlo.