viernes, 9 de septiembre de 2011

Por amor y la hermandad: ¡Que le corten la cabeza!

Esta misma semana he sido víctima de lo que considero el colmo de los colmos. Resulta que en el grupo donde pertenezco estoy siendo víctima de una retaliación por una serie de denuncias que realicé desde el año pasado. Para no entrar en detalles la organización decidió hacer caso omiso a mis planteamientos, por lo que opté por la solución salomónica: “Si no les interesa resolver el asunto, allá ustedes. Mi papel lo cumplí para no ser cómplice”. Debió el asunto quedar allí.
Resulta que los implicados empezaron con un juego bastante sucio de desprestigio hasta llegar a plantearlo en la última reunión donde se me acusa de una gran cantidad de cosas, todas absurdas por lo demás, para intentar “reunir la evidencia suficiente” para terminar sacándome de mis funciones.
Sorprendentemente, incluso para mi, no respondí a todos los señalamientos. Me quedé tranquilo. Incluso estuve (y estoy en paz) porque nada de lo que he han señalado es cierto o en su defecto suficientemente grave para preocuparme.
Mi punto es: Si los acusadores (y en especial la implicada en la denuncia que por obvias razones dirige todas esas tretas) deben recurrir a la manipulación, la mentira, el engaño, la exageración y cualquier cantidad de argumentos insólitos, absurdos y faltos de toda lógica para lograr que a este colaborador sea suspendido, neutralizado y minimizado, implicaría que no andan por el camino de la luz, el bien, el amor o “Dios”.
Sin embargo, debo resistir cada vez que esa gente hipócritamente se acerca a saludar o se dirigen a los demás para dar los mejores consejos para avanzar por el camino correcto… ¿Puede la divinidad apoyar a gente así?
Por ello, me siento tranquilo, pues si nada debo, nada temo. Si la organización le hace caso a ellos y arremeten contra mi en venganza por las acusaciones que realicé (y no fueron tomadas en cuenta), implicaría que realmente no hay mucho que buscar.
El tiempo dará la razón y soy suficientemente paciente. Lo único que pido es no sentir placer cuando a ellos les toque rendir cuentas. Mientras, tendré que soportan sus discursos ensayados de amor, paz y caridad (y saliendo ellos beneficiados, por cierto) mientras en secreto y a las sombras traman otra movida para poner mi cabeza en un plato.

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